Aquella noche se sentó a escuchar la lluvia mientras meditaba. Cada gota estrellándose en los vidrios parecían que eran sus esperanzas e ilusiones. El tiempo se le hizo lento y aunque sabía lo absurdo de ésta idea, para él los segundos se alargaron.

Afuera todo se mojaba: las calles, los autos, los ebrios que al no haber logrado ahogarse con el alcohol, ahora parecía que lo intentarían con agua... Y él imaginaba las calles mojadas y frías; y quería estar ahí como los autos, sin vida propia, y como los ebrios, buscando la muerte.

Tan sólo quería recordar qué era lo que lo había llevado a sentirse así. Es así como se vio abrazado por los recuerdos. Sintió como en otras noches de lluvia lloró su soledad.

Todo inicio cuando se dio cuenta de que la vida era más que juegos y regaños; cuando se vio obligado a enfrentar la vida por la prematura muerte de sus padres. Luego vino la primera mujer a quien él amó y lo dejó solo, sumido en el universo de dudas que sólo el olvido puede quitar, mas no resolver.

Continuó con la cantidad de cosas emprendidas que nunca tuvieron éxito: las tareas escolares, trabajos, proyectos, abstinencia... En fin, todo aquello que un día decimos que vamos a lograr.

También recordó sus ganas de hacer algo diferente: intentó ser artista, activista político y hasta padre ejemplar de una hermosa familia. Lo último lo hubiera logrado, claro, sino se hubiese dado cuenta de la traición de aquella a quien él quería como esposa modelo; y cuando estuvo dispuesto a tratar de olvidar, ya era tarde: ella ya vivía con otro. Yo diría que es ahí donde inició todo: el desgano que después lo llevaría al alcoholismo consuetudinario y  el desempleo.

 

Se oyó un trueno y  la lluvia intensificó su ritmo. Esto le trajo el recuerdo del cadáver del único ser al que él consideró su amigo. Poco tiempo después de haber sido despedido y en uno de sus desahogos (llamémosle así a las borracheras para hacer un poco digna la tarea de un alcohólico porque, aunque no lo crean, ser alcohólico es una de las ocupaciones más pesadas que existen), al intentar refugiarse de la lluvia, encontró un escondite, cuyo ocupante no tuvo molestia alguna en compartirlo. En agradecimiento, él le compartió la mitad del pan duro que llevaba. Desde esa noche compartieron cobijo y alimento, claro, si tenían alguno de éstos. Bien dicen que el perro es el mejor amigo del hombre y él supo ser, también, el mejor amigo del perro.

Pasaron algunos meses, en los cuales recibió innumerables muestras de desprecio por parte de sus congéneres. Claro, cuando las personas se jactan de que se está superando socialmente (las cuales, no sé porque, abundan en nuestras sociedades), ven a alguien que se ha rendido ante el alcohol u otra cosa, le tratan como  a la más apestosa de las basuras. Ahora nos imaginamos el trato que reciben, por parte de éstos,  los que  pertenecen a otra especie, como era el caso de su amigo.

Él podía soportar todos los desprecios, pero se incomodaba cuando maltrataban a su amigo. Incluso recibió varios empujones, y hasta un puñetazo, por defenderlo. Entonces, una lluviosa tarde, pensó seriamente en retirarse del alcoholismo. Tarde de desgracias: semejante pensamiento atravesando la mente de una persona tan entregada a algo, y la buena puntería de un conductor que arrolló a su amigo, matándole al instante. Ante esto se vio, nuevamente, solo.

Cargó el cuerpo de su amigo y vagó un rato por la ciudad. La lluvia enjuagó sus lágrimas y dejó a su amigo a las puertas de una iglesia. Corrió al parque y empezó a pedir limosna, pero ésta vez no era para comprarse otro litro de licor barato y un poco de comida; ésta vez era para conseguir una pala y enterrar a su amigo en el terreno baldío que, en algunas noches veraniegas, les sirvió de posada. Pero muchos no permitieron que se les acercara siquiera. Otros, al oír su historia, rieron del “borracho ingenioso” y le daban una moneda por el buen rato que les había hecho pasar.

Cuando anochecía, obtuvo la pala y al llegar a dónde se encontraba su amigo, ya no lo encontró. Preguntó a varias personas y fue la anciana del puesto de dulces, quien le dijo que ése era precisamente el día que pasaba la basura y, aunque no cargan animales muertos, se lo llevaron  haciendo una excepción por tratarse del cura. Aceptémoslo, muchas cosas que realmente le dan valor a la vida, se van a la basura.

Algunos dirían que, con eso, tocó fondo y dejó de beber: consiguió un empleo y una pequeña habitación.

Así regresamos al punto de partida: en su habitación, meditando los sucesos de la fiestecita que le hicieron en la oficina,  festejando su ascenso e implícita bienvenida al mundo de los que “se están superando”; de los que le despreciaban y pateaban a su amigo.

Culparlo por lo que hizo después no serviría de nada, llamarlo cobarde tampoco. Sabemos que intentó llevar una vida normal, pero ése fue otro proyecto fracasado; creo esto es lo que dirían “los que se están superando”; pero él no toleró la idea de verse despreciando a un mendigo, pateando a un perro y haciendo muchas otras barbaridades.

La lluvia continuó hasta los primeros rayos de sol. El último trueno que se oyó, fue el de una botella de licor, la primera del día, al abrirse en la habitación.


Bartolo, E. (2001) En: Antología de Cuento y Poesía. (25-33). Puebla: Secretaría de Cultura/Gobierno del Edo. de Puebla.


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