Por Edgar BARTOLO RAMOS
Aún cuando traté de no
demorar, el trabajo me lo impidió. Pero llegué justo cuando la tensión se
acumulaba en la porra de
Así que busqué a quienes me invitaron y al llegar adonde estaban, unos compañeros cordialmente me pasaron una cerveza (tal y como se debe recibir a muchos invitados). El amigo que me invitó me gritó desde dos gradas arriba: -¿Cómo ves? ¿Habrá corrupción? Cinco minutos antes de que empezara el partido, ¡me dijeron que yo ya no iba a arbitrar!- Me quedé callado y todos los que estaba alrededor hicieron lo mismo.
Llegó el segundo tiempo y ambas porras subieron el tono de sus gritos:
-¡Pinches hijos del subsidio!
-¡Para eso estudiamos! ¡Para que ustedes tengan que comer!
Fue durante este segundo
tiempo cuando pude notar un equipo UABJO apasionado, con ganas de anotar un
gol; de hecho creo que se acercaron más veces que el Tornillo a la portería
contraria. Era en esos momentos cuando las gradas de
Debo confesar que no soy
egresado de
Hubo errores que el árbitro no marcó y alguien le gritó a mi amigo: -¡Tú debiste arbitrar!- Respecto a ese punto, algo que captó mi atención es que al parecer, uno de los jueces de línea le recordó al árbitro central que le había marcado la segunda tarjeta amarilla a un jugador del Tornillo. Así que regresó y le sacó la tan temida tarjeta roja. Y la misma tarjeta se marcó en otro jugador del mismo equipo. Pero aún con nueve jugadores, Tornillo tenía un objetivo claro: defender su portería. Y así lo hizo.
Al sonar el silbatazo final en la porra UABJO hubo algunos murmullos que parecían invocar un silencio. Alguien atrás de mí gritó -Yo soy universitario. Y universitario de título.- Otros bajaron a comprar cervezas. Hubo algunos que hicieron notar que en el equipo de Tornillo había jugadores que ya habían sido de la división profesional. Otros, simplemente, se retiraron.
La porra del Tornillo se iba contenta, quizás no satisfecha. Aficionados de ambos equipos se encontraron en la salida, en el puesto de comida o en el de cervezas y nunca vi en alguno de ellos la mínima muestra de hostilidad hacia el de la porra contraria; al final todos eran aficionados al futbol congregados en un estadio que se convirtió en una isla en medio del mar de la rutinaria y, quizás, pesada vida cotidiana.
Los que apoyaron al equipo
ganador llevaban el sabor del triunfo que ellos mismo no lograron, pero que
bien alivia muchas derrotas. No fue así para los que apoyaron a
Al caer la noche, tuve la oportunidad de convivir con tres aficionados. Pero uno de ellos, el más entregado a su equipo, en un momento de desinhibición lloró, lamentando haber ido a presenciar nuevamente lo que había sucedido el año pasado. –Yo terminé la prepa, ¡pero soy universitario de corazón!- gritó poco antes de secarse las lágrimas. La última vez que lo vi, fue cuando se perdía en la densa oscuridad que envuelve a los campos aledaños al estadio M. Cabrera Carrasquedo.
El Defensor
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