Por Edgar BARTOLO RAMOS

Soy originario de Santa Cruz Xoxocotlán. Nací en 1919. Como a los tres o cuatro meses de nacido yo me vine para Oaxaca y ya nunca regresé. ¿Por qué? Porque yo nunca tuve un pedazo de tierra allá. Mi familia fue muy pobre y no tenía un solar donde vivir con nosotros- Dijo don Inocencio en la oficina de su posada.-

-Mi padre se murió en las contratas. Mi padre tenía ambición de salir adelante. Recién nacido yo él se fue a las contratas, que venía gente para contratar para allá por Tuxtepec en las fincas y él se fue una vez, regresó y dijo: “me voy otra vez para hacer dinero y regresar a ver si nos compramos un pedacito de terreno”. Se fue… No regresó. Murió en quien sabe que parte de Tuxtepec en las pizcas de tabaco o de caña, no sé. No le conocí nunca; tenía como seis meses, cuatro meses. Me quedé solo con la ayuda de mi mamá.- Dijo mientras tenía la mirada definida en un punto no definido aparentemente, pero quizás estaba en sus recuerdos.- Eso no me da tristeza, pero la vida ya está hecha y sigue.

Viví en la casa del Ciprés, en Rayón, por 32 años, en una vecindad muy grande. En esa vecindad había gente de Yalalag, gente de Guelavía, de Tlacochahuaya, Tlacolula. La mayoría de las mujeres hacía tortillas y los hombres eran albañiles, otros cargadores, otros boleros… Pura gente de trabajo, no profesionistas.

Cuando yo tenía los 8 años ya sabía leer y escribir. Había un señor que había estado enfermo de la poliomelitis; quedó enfermo, inválido. Entonces sus papás me dijeron: “oye, ¿por qué no le enseñas a mi hijo a leer y escribir?”, porque yo hacía las cartas del vecindario y me ganaba mi desayuno. El muchacho era como 8 años más grande que yo. Entonces iba a yo a su casa  todos los días y todos los días me daban mi chocolate, mi desayuno y le enseñé a leer y escribir y la familia quedó muy agradecida conmigo. A cualquier momento que andaba yo jugando allí, si era la hora del desayuno, me decían: “ven, vamos a comer”. Así viví en esa vecindad, así me crié… 32 años en la casa del Ciprés. Una cosa muy, pues muy agradable recordar.- En este punto su voz denotó cierta nostalgia.-

Yo estudié hasta sexto año en la escuela primaria, en 1933. Con mis amigos nos íbamos a bañar donde está la gasolinera ahorita, en Porfirio Díaz; había unas pozas. Llegábamos a la una, las dos. En ese entonces el agua estaba limpia… Ahorita ya no. Mi familia toda fue analfabeta. Mi mamá para mantenerme hacía tortillas para vender y tenía cabeza para el comercio. Compraba maíz de “bolita” que ahorita ya ni hay; compraba ocote, panela, café y le vendía a todas las tortilleras de ésa vecindad, maíz, ocote, leña. Ella rentaba dos cuartos. Un cuarto tenía lleno de leña y la carga de leña era a 2.25. Ese era su comercio y de ahí sacaba dinero para que yo no fuera a trabajar a la calle… Hasta que comencé haciendo nudos como tejedor. Entré al taller en la Casa Brena. Duré como 8 ó 10 años y ya de ahí me fui a los Estados Unidos en el 45, como 6 meses trabajando en la agricultura. Pero no me gustó el ambiente porque hay diferencias de razas y de lenguas. No hablas inglés, no puedes tener convivencia con nadie; estás separado. En el 46 me casé. Me gasté todo el dinero. Con decir que cuando me casé no tenía yo ni cama: me casé a la brava; mi esposa me aguantó, sin muebles. Qué estufa ni qué nada: las 3 piedras del brasero, leña y carbón para guisar. Para planchar, esas piedras inglesas de fierro, de carbón. De ahí comenzamos a movernos hasta que entré a trabajar al hotel, como a los 25 años.

Estuve en la inauguración del Oaxaca Courts y desde entonces siempre avanzando en el inglés. La señora Jones –uno de los dueños del Oaxaca Courts- me dio una maquinita de escribir. Llegaba yo a la casa, ponía mi candil de petróleo todas las noches: me ponía a escribir duro y duro. Después me dijo el señor Jones “esta correspondencia la vas a contestar. Son reservaciones y se las llevé: primero si hay cuartos, segundo precios; no te metas en políticas”. Una vez contesté como 8 cartas de reservaciones y se las llevé y le dije: me las firma usted. “Yo no las voy a firmar, las vas a firmar tú porque si te equivocas, es tu responsabilidad”, me dijo. La sra. Jones me dijo “aquí en la recepción llega el cliente y le informas. No quiero que hables de política con él ni de religión porque llegas a pelearte; esos temas no lo tocas”. Hablaba de costumbres, cómo visitar los pueblos, los días de mercado. Así duré como 22 años trabajando. Ya de ahí me salí porque vendieron el hotel. Duré otros dos años. Me vine a descansar un año sin trabajar, pero vino otro americano a invitarme a trabajar, de la Casa Colonial. Después murió el dueño, me quedé manejando la Casa Colonial con la esposa. Murió la esposa y me quedé manejando con la hija, hasta que la vendió.

Después me vine para acá, –refiriéndose al lugar donde está actualmente su posada- ya tenía 6 cuartos y comencé a trabajar. Hice los 22 cuartos y ahí estoy todavía. Y estoy haciendo otros 10 cuartos. Esto ya es una sociedad. Ya cada hijo tiene su acción. Y todavía vamos a trabajar más.

Cuando compré aquí no había nada y dije “ese terreno tiene que dar algo”. Y comencé a plantar rosas, verdura y yo no sabía de lo que hacen los hortelanos, pero quería trabajar y aprendí. Todavía vivía yo en el ciprés y venía yo con mis hijos a cortar rosas, cambray. Entonces mi esposa se llevaba las canastas llenas de rosas, de lechuga, para el mercado. A veces no las vendía, pero las cambiaba por chicharrón, un pedazo de carne, pan y llegaba con la canasta llena. Ya tenía yo mi telar y después me lo traje para acá.

Hay que trabajar y no tener pretextos para trabajar: si es domingo hay que trabajar, si es lunes hay que trabajar y ser honrado en el trabajo. Yo no le debo ni un centavo a nadie, ni al banco. El banco me debe porque yo presto mi dinero para que lo trabaje.

Yo y mi esposa hemos trabajado mucho. Tenemos 56 años de casados y hemos formado una familia muy fuerte, de 12 hijos, todos universitarios. Es una gran satisfacción que tengo… -dijo don Inocencio “Chencho” Velásquez y la plática continuó por casi una hora más, mostrando así la gran riqueza que tiene en vivencias.

 

El Defensor La voz de Oaxaca. Año II. No 48. 1ª quincena de Noviembre del 2002. p. 17

 

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