Hoy, mi madre ha pedido que recemos por el alma de Mari Flor, mi novia, quien murió asesinada cerca de la casa de su mejor amigo.

Nos pide que recemos a las tres de la tarde en punto, que es la hora de la comida; así como desayunamos a las 8 de la mañana, cenamos a las 8:30 de la noche, platicamos de lo que pasó en el día, a las 9:30; así que supongo que éste rezo será parte de la rutina

La única vez que he roto ésta costumbre, fue la noche de aquel jueves, que mi padre me dio el coche para ir a la tintorería, antes de la cena.

Llegué a las 10 de la noche, argumentando que se había ponchado una llanta; y cómo se supone que soy un inútil que no sabe cambiar ni un tornillo, el único reclamo fue el que no haya llamado a casa.

En realidad, parte de esto fue cierto: primero puse la llanta de refacción y, la otra, antes de guardarla en la cajuela, la pinché con un picahielo que había tomado de la alacena.

Irónico... Mari Flor tenía atravesado el corazón por un picahielo, según dijeron las autoridades.

Dice la policía que el móvil fue un asalto, ya que no tenía cartera. Se cree que se resistió... ¡Ja! A las caricias prohibidas que le prodigaba su mejor amigo, no se resistía...

Así que estoy rezando por el alma de una mujer impura... Pero, ¿y ése ruido bajo la mesa? ¿Lo habré imaginado?...

Bueno, nadie dijo nada y ya no lo oigo...

Aquí viene la sopa aguada de siempre.

¿Son pasos aquellos?... Desaparecieron otra vez... No importa.

Ya hemos terminado la sopa aguada. Ahora mi madre está sirviendo la sopa seca... ¿Por qué oigo ruidos, como pasos debajo de la mesa?...

Dejo de comer... No hay ruidos. Reanudo y cada cucharada a mi boca es un paso... ¡Prefiero comer rápidamente para ver si así se detienen!...

Por fin acabé la sopa seca. No hay pasos. Viene el guisado...

Pero, escucho esos pasos, ahora sin esperar a las cucharadas. ¡Son mas cercanos!...

¿Qué pasa? ¿Quién eres?

-Soy la esencia de la muerte que reclama tu espíritu.

-¿Qué pasa? !Ayúdenme!

Nadie responde. Sólo me observan, desconcertados.

Mientras, me dirijo a la alacena para buscar algo con lo cual defenderme.

-Soy Mari Flor que viene a atravesarte el alma con un picahielo.

-¡Déjame maldita perra! ¡Me engañaste! ¡Dijiste que era tu único amor, tu único hombre! ¡Deja ese picahielo! ¡Te maté por que no merecías la vida!

Oigo los gritos de mi madre... Veo cómo mi padre trata de detener el picahielo...

Ahora, como si flotara en el aire, veo a mi madre llorando, a mi padre asombrado, la alacena abierta y a mi cuerpo en el suelo sosteniendo, con la mano izquierda, la cartera de Mari Flor, y con la derecha, un picahielo clavado en mi costado izquierdo...


Bartolo E. (15 de Julio del 2000). Tres Cuentos. En: Catedral Semanario Cultural del Diario Síntesis. #416

 
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