Por Edgar BARTOLO RAMOS

No sé cuántas veces se ha topado usted, amigo lector, con la imagen cotidiana del “ahí se va”, “total, no creo que se den cuenta”, “así es en todos lados”, “no tengo nada qué hacer”… Y otras expresiones que al igual que las del tipo “es que todavía no está”, encierran mucho del concepto que el mexicano tiene ante el extranjero.

Claro que cuando uno es el que dice esas frases resulta comodísimo, a tal grado que hasta se priva uno de la creatividad de inventar pretextos que nos justifiquen. Y, ¿qué tal si nos encontramos del otro lado, si es a uno a quien le dicen semejantes frases comunes, si es a un a quien le brindaron un mal servicio? Entonces nos molestamos y reclamamos por la indiferencia o ineptitud del otro, pero, ¿existe la calidad moral para reclamar algo que uno no lleva a la práctica?

Viene esto al caso porque al platicar con diversos amigos, por lo menos una vez al día escuchamos o nos topamos con personas que usan las frases que se mencionan en el primer párrafo. Y contrario a lo que algunos podrían pensar, no es exclusivo del servidor público; estas frases se oyen constantemente en los pasillos de las diversas instituciones educativas, en organizaciones de todo tipo o en los lugares que usted desee imaginar. Es más, ni siquiera estoy seguro que un baño, sea este público a privado, se salve de semejantes frases. Aparentemente aplicar una de esas frases una vez al día, puede parecer inocente. Pero si se piensa detenidamente, esto significaría que una vez al día se es mal estudiante, mal trabajador, mal hijo, mal padre o madre… Y sumar 365 de esas frases en un año, puede decir algo de la persona: es conformista o mediocre.

Este grupo de amigos que mencioné son del tipo de personas opuestas a las descritas; tratan de hacer todo de la mejor manera posible, aún cuando no exista presión alguna; una vez hecho algo, tratan de mejorarlo en la siguiente ocasión. Claro que no son personas exentas al error, pero cuando esto sucede saben reconocerlo (algo que había olvidado es que las personas pertenecientes a la primera descripción no saben reconocer sus errores y hasta son capaces de atribuírselos a otro).

Y sé que no son los únicos que hacen eso, pero, ¿cuántos mexicanos lo hacen?

Por supuesto que yo soy de los que han tenido y tienen sus lapsus de conformismo o mediocridad. Pero éste sería el punto más grave: si yo, en mi condición, me he dado cuenta de que existen otros que están en una situación peor que la mía, entonces el problema es grave. Y digo grave porque cada uno de nosotros es un pequeño engrane de la gran maquinaria llamada sociedad.

Algunos de los que consideran inútil este comentario, podrían estar diciendo: “total, para qué t preocupas. Así es en todos lados”.

Y tan sólo me restaría responderles: Mal de muchos… Consuelo de tontos.

 

El Defensor La voz de Oaxaca. Año II. No 47. 2ª quincena de Octubre del 2002. p. 16

 

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