Cada vez que oigo en las noticias sobre niños desaparecidos y alguien comenta que a lo mejor son para transplantes, me acuerdo de César y mi hija. Hace ya varios años que llegue de madrugada a la terminal de Juchitán. Fue tan curioso ver una estación tan pequeña y a la vez tan vacía.

Mi bebé empezó a llorar por el hambre y no tuve más remedio que darle de mamar de mi pecho. Me los va a colgar pero ni modo que la deje berrear por el hambre. Además, no traigo mas que lo necesario para ir a ver a su padre. Le debía dinero y él no quería esperar más tiempo el pago.

Te juro que en la madrugada ya tenía tantas ganas de “meterme”, aunque sea, unas “líneas”. ¿Pero dónde las iba a conseguir? No conozco a nadie aquí. Además, ¿quién iba a aceptar mis servicios con mi hija en brazos?

Así que no me quedó más remedio que tomar el primer autobús para ir a ver a éste güey y conforme pasaban las horas, aumentaba el pinche calor.

Apenas si salimos de Juchitán cuando nos pararon unos judiciales. Ya me lo había advertido: “casi no pasa que paren el autobús de ida, pero si te preguntan algo, diles que vienes de Ixtepec y que vas a la Venta a visitar a unos familiares”.

Y así fue. Como me vieron con rasgos diferentes, uno de ellos me preguntó que de dónde venía. Le respondí, con cierto miedo. Pidió mi identificación y me puse de pie, simulando que la buscaba. Le dije que no la encontraba y lo miré de frente, con una de esas poses de seducción que acostumbro poner a los clientes. Aquel agente, o madrina por lo gordo, desaliñado y sucio, no se resistió al coqueteo y se retiró diciendo que no había problema.

Esa pose me ha funcionado por años. Primero con mis maestros y, después, con los jovencitos que lo único que buscaban, primero, era un buen faje. Ya más grandecitos, buscaban sexo. Así que desde los 13 años sabía que mucho de lo que deseaba, lo podría conseguir por una bonita pose, una vestimenta adecuada, una sonrisa y unas cuantas caricias.

Y un día conocí a César. Al principio parecía tan diferente: no me buscaba ni por faje, ni por sexo. Supe que estaba enamorada de él y me ofrecí a tener relaciones sexuales: yo tenía 15 y él, quizá, 27.

Después de eso no supe de él por casi dos años. No supe dónde buscarlo porque, antes de su abrupta desaparición, cuando le preguntaba sobre su vida, se irritaba alegando que no le tenía confianza.

No intenté buscar otra pareja. Cuando estaba a punto de terminar la prepa, apareció. Esta vez me prometió no separarse de mí.

Al cabo de unos días dijo que debía mucho dinero. Yo no tenía nada, ni mucho menos podía pedirle a mis papás: mi padrastro, con sus borracheras, no le daba dinero a mi mamá.

Me dijo que una buena solución sería que yo entrara a trabajar en el bar de un amigo. Al principio no quise, pero según iba a ser poco tiempo, que me iría a vivir con él y en menos de un año, nos casaríamos.

Y le creí. En el bar de su amigo, tenía que tomar licor para fichar y sacar una ganancia. Al principio me resistí a tomar hasta perderme, pero me dijo que él me cuidaría.

Hasta que un día desperté al lado de un desconocido. Salí confundida de la habitación y el encargado del hotel me dijo que alguien me esperaba en la puerta: era César. Alegó que no tuvo opción, que ése era uno de los tipos a los que les debía, y si yo no accedía lo matarían. Yo no quise imaginar que haría sin él.

Así fue como me inicié en la prostitución; al principio, por él, después por las ganancias obtenidas y los regalos de los clientes; aunque esto no dejaba de causarme cierta incomodidad que, después de unos meses, perdí.

Así, mientras repasaba mi vida, me dormí poco después del retén de policías. Desperté cuando escuché un leve quejido de mi hija y el zumbido del viento que le daba cierta musicalidad al autobús: estábamos llegando a La Venta. Es fácil reconocer estos lugares por los molinos de viento.

Estaba cerca de donde me dijo que vivía. Y yo seguía con ganas de unas “líneas”.

Recuerdo que la primera “línea” que me metí, fue porque César me la dio para que aguantara la desvelada y se me bajara la borrachera. Al pasar el tiempo, no me bastaban media docena de “líneas”, así que aprendí a preparar la “base” para poder echarme unos cigarros y aguantar más.

Al principio yo le daba mi dinero para que me la consiguiera. Pero cuando la “base” me encadenó, me di cuenta que él era quien la vendía. No me importó. Tenía todo lo que quería en ése momento: coca, ropa, joyas y a mi hombre.

El problema empezó cuando me embaracé. Él ya no me quiso a su lado. Yo no tenía nada que ofrecer. Pero mis necesidades de renta, alimento y embarazo estaban ahí. Mis compañeras me ayudaron, sobretodo a aguantar sin “meterme líneas” ni fumar “base”.

Así fue como me retiré un tiempo de la prostitución. Intenté buscar trabajo, pero nadie emplea a una mujer embarazada, mucho menos si se llegan a enterar que fue prostituta.

Claro, mis compañeras de oficio también tienen sus necesidades, así que poco tiempo después del alumbramiento, tuve que buscar la forma de obtener dinero. ¿Cómo? Ya lo supones: como no terminé ni mi prepa, regresé a la prostitución.

Necesitaba pagar los gastos y debía estar la mayor parte del día a disposición de los clientes. Entonces tuve que entrarle otra vez a las “líneas”.

Para mi mala suerte, mi bebé enfermó necesité más dinero, lo que significó trabajar horas extras. Para aguantar, las “líneas” no eran suficientes. Así que le entré, otra vez, a la “base”, que aunque sé como “cocinarla,” sale cara.

Y como no conocía a otro distribuidor, llamé a César. Así es como llegué a deberle tanto dinero. Me ha dicho que si por él fuera, no me cobraría, pero tiene que pagarle a su distribuidor. Te juro que traté de juntar el dinero, pero no pude ahorrar mucho por mis bebé y mi consumo de coca.

Al bajar de l autobús, vi su camioneta del otro lado de la carretera. Camino a su casa le pedí una grapa. Me la dio sin decir nada; de hecho todo el camino permaneció callado.

Parecía que tenía prisa por llegar a su casa, porque que iba dejando una gran nube de polvo en el camino que de haber venido alguien atrás, no vería ni a dos metros.

Llegamos a una ranchería. Su casa era de las últimas y había algunos hombres cuidándola. Me pasó a la sala y me recibieron dos hombres muy bien vestidos. Me preguntaron que si traía completo el dinero, les dije que no. Ahora que lo recuerdo, los tres intercambiaron una mirada de complicidad. Entonces César me dijo que quería hablar a solas conmigo y me llevó al patio.

Una vez ahí, supe que podría no salir con vida; que la solución era que huyera en ése momento. Lo único que me pidió, fue que dejara a nuestra hija; alegó que iba a ser un estorbo en la huída. Además, el iba a ver la manera de que me perdonaran la deuda.

No lo pensé mucho: ya para mí era un estorbo y posiblemente a mi hija le podría ir mejor con su padre. Además si así había una posibilidad de ya no deberles, mejor.

Así es como llegué al norte, cerca de la frontera. Y después de muchas copas, si encuentro a alguien que me inspire confianza, le cuento mi historia. Otras veces también la he contado para que me sigan pagando copas y yo pueda fichar más.

No te creas que no me siento mal por haberle dejado a mi hija. Y es peor cuando me asalta la idea de los traficantes de órganos y tejidos, tan comunes en el sur. Pero no creo que los tipos que estaban con César ésa mañana, se dediquen a eso. Además, ¿cómo podría un padre vender a su hija?...


Bartolo, E. (2001) En: Antología de Cuento y Poesía. (25-33). Puebla: Secretaría de Cultura/Gobierno del Edo. de Puebla.


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