Por Edgar BARTOLO RAMOS

-Es una historia larga cómo empieza uno. Hay muchas formas de empezar… Empieza uno aprendiendo a través de la misma necesidad que nos viene arrastrando.

Dijo Don Eligio mientras le cortaba el cabello a un niño. Don Ligio, como le conocen todos en Putla de Guerrero, lleva 25 años como peluquero y lo mismo atiende adultos que a niños. Es de los peluqueros que aún conservan las máquinas de palancas, que precedieron a las máquinas eléctricas que todos conocemos.

Para él la forma en que aprendió a cortar el pelo no ha cambiado; lo que ha cambiado son los cortes, la forma de peinarse: “los niños me traen un corte diferente y dicen: señor, quiero que me corte así como éste. Pues claro que sí”

Antes de desempeñarse como peluquero, trabajó en el campo.

“De ahí empieza la situación, claro. El trabajo de campo era primeramente chapotear, meter la yunta, sembrar; luego viene la arada, la chaponeada, la pizca…”, relató mientras su vista estaba atenta al cabello que en ése momento le iba dando forma, mientras sus manos movían hábilmente la tijera y el peine. Resaltó que “todo trabajo necesita una práctica, necesita una guía, un encaminamiento… Alguien quien nos encamine para saberle entrar”.

La charla con Don Ligio se llevó a cabo en su peluquería, un humilde local situado a orilla de la carretera, pero con muchas anécdotas y sobre todo con la historia que a cada día le sigue dando forma.

Entre sus clientes hay muchos adultos que, como al que atendía durante la entrevista, empezaron a ir desde niños.

Respecto a sus clientes más jóvenes, los de menos de dos años, mencionó que “aquí influye el trabajo conjunto. A veces vienen madres; entre ellas y el peluquero, ¿no?... Para que se quede el niño quieto”.

Don Ligio trabaja todos los días en un horario flexible, todo depende del trabajo que haya.

-Trabaja uno un ratito, en que se carga el trabajo luego ya no; unas 3 horas por decir así, y se cierra a las 4 ó 5. Ahí está uno sentado, esperando. No hay otra fuente de trabajo más que esta; haya o no haya trabajo, tiene que estar abierto.

Para estas alturas de la entrevista ya habíamos dado varias vueltas a la silla porque como él bien lo advirtió desde el inicio, nos íbamos a ir moviendo.

A sus 62 años menciona que “uno trabaja para sobrevivir; la situación no está muy bien, se ganan unos centavos y así se gastan. Ahí va uno pasándola… Mientras hay vida, sigue uno luchando”.

Don Ligio, peluquero de tijera y no de máquina nos enseña que “sigue uno trabajando hasta que uno se muera. Mientras uno esté vivo hay que trabajar; hay que trabajar”.


El Defensor La voz de Oaxaca. Año II. No 47. 2ª quincena de Octubre del 2002. p. 17

 
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